En los tiempos que corren el poder ha encontrado un nuevo mecanismo para controlar a los ciudadanos: atarles de por vida a una hipoteca que les impide no sólo protestar y reclamar sus derechos más básicos sino que también supedita su vida cotidiana hasta límites insospechados. Es, en definitiva, un nuevo totalitarismo que a diferencia de los del siglo pasado no está dirigido por el Estado sino por la gran banca ayudada por éste último. En términos sociológicos podríamos definir el control social cómo una serie de mecanismos reguladores del statu quo imperante. Mediante ellos, por una parte, se presiona al individuo para adherirse a las normas y, por otra, se reprimen las manifestaciones de conductas desviadas. A lo largo de la Historia han existido muchas y variadas formas de control social: esclavismo, adscripción a la tierra, religión o la propia policía. A través de estos instrumentos la minoría privilegiada y poderosa ha ejercido su control sobre la mayoría para seguir disfrutando de su privilegiada posición. En este siglo algunos de estos mecanismos son algo más sutiles. En España tenemos un claro ejemplo de ello en las hipotecas de por vida. Y es que si en La verdad es que la cuestión de las hipotecas ad eternum está dando y dará que hablar por constituir el gran problema de esa generación que ahora mismo se encuentra en torno a Y no sólo eso. El nivel de endeudamiento ha crecido a tales límites que quizá no sería aventurado hablar de una nueva clase de pobres-propietarios: personas, en su mayoría jóvenes de esta generación maldita, cuyo sueldo llega sólo prácticamente para cubrir su deuda hipotecaria con el banco. Estos neopobres, con una espada de Damocles en forma de desahucio sobre su cabeza, sólo podrían “consumir” vivienda y por tanto quedarían fuera de la dinámica de nuestra sociedad comercial y de consumo. Además, dependerían no sólo del banco sino de sus familias (u otros allegados) para satisfacer ciertas necesidades muy básicas (luz, agua, comida) o no tanto (cuidado de niños, cultura, salud no cubierta por el sistema público) porque simplemente “no les llega”. Atados de por vida a un nicho de ladrillos pronto se darán cuenta de que si democracia significa “poder del pueblo” es irónico decir que nos hallamos en una. Ellos más que nadie sabrán bien quien tiene la sartén por el mango: las entidades financieras, dueños y señores de lo que, estirando hasta el límite el argumento, podríamos definir como bancocracia. En los totalitarismos del siglo XX el Estado trataba de controlar todos los aspectos de la vida nacional, de manera que nadie era libre. No sólo para atentar de alguna manera contra el régimen sino tampoco para actuar en su vida cotidiana de una manera que desagradara a la ideología de las autoridades. Como acabamos de ver, los proyectos de vitales de los ahora jóvenes (que serán ancianos cuando salden su deuda) están supeditados a su precaria situación financiera (a lo que se une su precaria situación laboral, la otra cara de la moneda de este asunto). Es decir, su vida privada, sus sueños o su capacidad de prosperar como personas se ve atada a un totalitarismo de nuevo cuño. Porque ya no es un Estado omnipresente, un dictador caprichoso o un gobierno tirano. Ahora no son los poderes públicos quienes ejercen el control sino que son el mercado y los grupos económicos de poder los que tienen más capacidad de decisión sobre la vida de los individuos. Puede ser ésta incluso una situación peor que la anterior ya que en este nuevo totalitarismo el verdadero poder, resguardado tras el parapeto de ese Estado que parece que manda, es más difuso y por tanto más difícil de combatir. Dificultad a la que se le añade el hecho de que nuestros gobernantes ayudan a quien de verdad detenta el poder en ejercer su control sobre |
domingo, 22 de junio de 2008
Totalitarismo hipotecario (o las hipotecas de por vida como arma de control social)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)